
La Europa que, desde esa fecha, se construye día a día ha constituido el gran proyecto de finales del siglo XX y una nueva esperanza para el siglo que se inicia. Extrae su dinámica del proyecto visionario y generoso de los padres fundadores salidos de la guerra y llevados por la voluntad de crear entre los pueblos europeos las condiciones necesarias para una paz duradera. Esta dinámica se renueva sin cesar, alimentada por los desafíos que afectan a nuestros países en un universo en profunda y rápida mutación.
¿Quién hubiera previsto esa inmensa aspiración a la democracia y a la libertad que hizo caer el muro de Berlín, que devolvió a los pueblos de Europa Central y Oriental las riendas de su destino y que da hoy, ante la perspectiva de próximas ampliaciones que consagren la unidad del continente, una nueva dimensión al ideal de la construcción europea?
El alcance de los principios fundadores de la construcción europea rebasa la simple mecánica institucional. Inventado y llevado adelante por estadistas que querían ante todo construir una Europa al servicio del hombre, el espíritu comunitario confiere a la idea europea la amplitud de un proyecto de civilización. La Declaración Schuman sigue siendo una «nueva idea para Europa».
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